Este blog es continuación de mis otros dos anteriores (2008-2023): "El cuarto claro" (Poesía) y "Meridiana claridad" (Fotografía).

Una panóptica muy privada. A Enrique Valdivieso y Carmen, su esposa.




Una panóptica muy privada. A Enrique Valdivieso y Carmen, su esposa.

Esta vez, yo, tan puntual siempre, he llegado tarde. Tan trágicamente tarde, tan imperdonablemente tarde. En mi ánimo, en mi alma, en mi corazón, porque ambos, Enrique y Carmen habitaban su propia estancia en él, se hallaba la idea, el deseo de pasarme algún sábado por la preciosa casa donde residían para presentarles a mi nieto, hoy, con tres meses de edad. Sólo esperaba a que el ambiente térmico, los aires primaverales sevillanos estuvieran más cercanos o desarrollados, y no sé si es que estos se han retrasado o el hecho de yo vivir a cierta distancia geográfica de su hogar me lo ha impedido. O yo no he sabido prever. Completamente no he sabido prever. Aunque, quién puede prever un suceso de tal categoría, quién, un accidente fatal que acaba con la vida de no solo mi querido y admirado profesor, sino de su querida y admirada también esposa, su mujer llamada con nombre de canto, Carmen.

La misma dificultad que encuentro hoy para expresar mi dolor y la compañía que me hicieron durante mi trayectoria vital es la que siempre me ha escoltado en mi recorrido voy a decir artístico. Porque si nunca he querido distinguir entre Arte y Poesía ha sido en gran parte debido a la enseñanza magistral de mi querido profesor. A él le debo no ya mi amor por el Arte, porque creo que casi desde que nací esa semilla se hallaba depositada en mí, sino algo aún mucho más profundo, más sostenible, menos etéreo, mucho más terrenal, más telúrico, algo al alcance de muy pocos. Él, con sus clases magistrales, con su poderío expresivo donde dejaba deslizarse su verdadero sentimiento y pasión por el Arte (fe, fe infinita), me enseñó a comprender el Arte. Esa mágica palabra tan manoseada que nadie ha sido capaz de definir salvo con eternas perífrasis o tomos y tomos de palabras escritas. ¿Qué es el Arte? De Valdivieso aprendí que su definición es, de por sí, inefable. Recuerdo cómo en quinto de carrera, durante un examen donde entraba el tema de los Prerrafaelitas y ante la visión de una diapositiva de alguna pintura, algo desesperada porque una vez elaborado su comentario no me quedaba a gusto con lo de mía nacía, terminé el examen con toda mi frescura diciendo que solo un poema podría definir, descubrir, comentar esa pintura. Y así se lo entregué. Sabía que algo me la jugaba, pero mi vehemencia, mi necesidad de transmitir la belleza de esa pintura, logró que me arriesgara.

Y me comprendió, don Enrique el profesor, el admiradísimo por todos los alumnos profesor me comprendió. A él le debo la Matrícula de Honor con la que me calificó en la asignatura que ese año impartió: Historia del Arte contemporáneo. Mi gran éxito en mis estudios, intuyo muy bien que depositada adrede en mi historial académico por su persona. Porque él sí creyó en mí (aunque no fue suficiente, porque los había mucho más avispados que yo entre el alumnado, gente muy bien “colocada” que consiguieron una media de nota más alta, de tal forma que me quedé a un paso, la tercera en la promoción, de conseguir una de las dos becas que me facilitaría la realización de la Tesis doctoral. Él me lo transmitió meses más tarde: te guardo el tema diez años, Sofía, “La escuela de Murillo” (casi ná, dije tal como digo ahora). Jamás pude llegar a matricularla por falta de medios económicos y ahí, esa, en esa encrucijada vital le decepcioné, llegó la gran decepción.

Sin embargo, el sincero afecto que había nacido entre su mujer, él y mi persona, me permitió, aunque a saltos de mata durante los años siguientes, seguir estando cerca de ellos. En mi alma se hallaba la necesidad de agradecimiento a su apoyo y a sus enseñanzas. Han formado parte de mi trayectoria vital humana (asistieron a mi boda, les llevé a mi hijo al poco de su nacimiento, alguna visita más tardía para enseñarle cómo había empezado a pintar al óleo y poco después a desarrollar mi gusto por la fotografía, otras por el simple placer de volver a verlo(s)…) e intelectual-artística. A él le pedí que prologara el libro de poemas más bonito que tengo escrito, “Los parasoles de Afrodita”, aunque posea casi nulas lecturas, no digamos ya crítica seria. Sabía que sólo él podría comprender por qué mis inquietudes artísticas encontraron el camino adecuado a través de la composición poética.

La gran decepción llegó con la actitud de la editorial. Nunca quiso resaltar que él, uno de las figuras intelectuales más admiradas y queridas en Sevilla, era el prologuista. Para ellos no significaba nada; para mí, casi todo. En ese compendio poético logré, sin pretenderlo (mejor debería decir que lo logró Afrodita), comenzar a desarrollar mi teoría del Arte que nombro como “La costra dura de la nomenclatura”. Solamente, tras las enseñanzas de mi querido profesor, la poética pudo favorecerme la expresión de esa inefabilidad a la que aludí en aquel examen. Por fin comprendí, por fin supe, y sé, el porqué de mi amor por el Arte.  O por la poiesis. Y necesitaba que Valdivieso estuviera ahí. Era algo más que lo congruente. Era lo vital.

La última vez que nos encontramos presencialmente fue hace diez años justos. Apareció en la presentación del libro “Suroeste” y, si no recuerdo mal, con una de sus lindas hijas. Él siempre creyó en mí. Yo nunca he sabido moverme por ese mundo ajeno a lo verdadero. Yo nunca he creído en mí socialmente hablando, porque jamás me ha interesado ese camino como proyecto de vida, no sé si por miedo o por falta de habilidades. O por las dos causas a la vez, causas que se retroalimentan.

La última vez que vi a Carmen fue en la calle. Casi tropezamos. Iba en compañía de algunas amigas a visitar algún conjunto artístico, estaba ya jubilada, feliz, tan risueña, tanta alegría percibí que le daba encontrarme, poder abrazarme y darme unos besos. No he conocido nunca a nadie tan afable y cariñoso conmigo, a nadie de ese rango superior a mí en cuanto a la tesitura “maestros/alumnos”. Y ella, encima, catedrática de latín, mi lengua “muerta” amada. Siempre mis mayores han sido objeto de admiración y afecto por mi parte, de agradecimiento, mis mayores en cualquier campo o espacio. Pero ese, el “enseñante”, ocupa un enorme pedestal en mi ánimo. Los que forman parte de él son mis lares del hogar de mi mente, de mi espíritu intelectual, mis dioses humanos. Sentirme querida por ellos ha constituido el mejor regalo que la vida me ha deparado en ese ámbito y, como por Carmen y Enrique me sentí siempre así, querida, muy querida a causa de mi propia persona, hoy me siento casi tan huérfana como sus hijas.

Y debiéndoles lo más hermoso que la vida me ha regalado, que hubieran conocido a mi nieto, es decir sin haber podido ofrecerles el regalo del conocimiento de mi nieto como muestra de gratitud hacia ellos.

Como creer en el Arte es ser creyente, hoy sé, que desde donde sus almas habiten ya habrán podido disfrutar de su sonrisa.

Siempre me acompañaron. Siempre me acompañarán. Sus personas hicieron un mundo mejor a mi alrededor. Fueron mis hacedores del bien. Es decir, mis bienhechores, mis benefactores.


Aeternitas

Aun en invierno, 

al recorrer el tiempo

vuelvo al comienzo.


o0o


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