Este blog es continuación de mis otros dos anteriores (2008-2023): "El cuarto claro" (Poesía) y "Meridiana claridad" (Fotografía).

Cortar los huevos

 




Cortar los huevos 

(A todos aquellos y a aquellas todas a las que se les escapa el insulto de feminazi)

Cuando tenía diez u once años, un mediodía justo al volver del colegio, me encontré la figura de un hombre apostado al lado del arranque de la escalera que llevaba al piso donde vivía con mis padres y hermanas. Me sorprendí lógicamente (entonces los portales de los edificios de pisos permanecían abiertos, aún no existían, al menos en Sevilla y en mi barrio, los “telefonillos” o porteros electrónicos). Y lo miré, ojos a ojos. Y enseguida mi vista se desvió por sí sola hacia abajo. Y los vi. Se había desabrochado la bragueta del pantalón y me estaba enseñando sus genitales. Corrí como una condenada, como un alma al que la lleva el diablo, como un perdigón, como una perdiz, quizás como un gamo o un leopardo, atacaba los escalones con mi, calculo que número 30 por entonces de mis pies y mi resuello (y miedo) de niña, a la vez que llamaba con un casi alarido a mi madre ¡Ma-mááááá! para que me abriera rapidisimamente. Bueno, no me quedó trauma, aunque nunca lo he olvidado. Yo ya “sabía” qué era “eso” aunque no los hubiera visto nunca. Al poco tiempo, mi hermana, la que me seguía en edad, y yo íbamos camino del conservatorio por una calle algo angosta. Vi venir un hombre con una gabardina (sí, no falla) y algo rosa entre las piernas. No sabría definir de otra forma lo que percibí como a cincuenta metros de nosotras viniendo de frente. Cuando logré atisbar o identificar lo que llevaba entre sus extremidades andarinas, cogí a mi hermana de la mano y, diciéndole “No mires, Eva, ¡cierra los ojos, ciérralos!”, con voz apremiante pero muy bajita, casi susurro, aceleré el ritmo de nuestros pasos para cruzarnos cuanto antes con el exhibicionista y poder dejarlo atrás. Ella me hizo caso: aún recuerdo su carita con los ojos muy apretados, cerrados. Como ya me había pasado algo parecido, tampoco me quedó trauma. Solo me llamó la atención que tuviera unos testículos tan rosas y tan brillantes. Lástima, esta vez, cincuenta años después, no he podido calibrar el color de los huevos del menda, mejor dicho, del Rubiales. Porque con sus repetidos y escalados gestos (casi en proporción geométrica) es lo que ha mostrado ser, un exhibicionista sexual sin conciencia ni de su lugar ni del público ante el que ha mostrado sus vergüenzas. Ha ido de mal en peor. Eso sí, lo que el actual exhibicionista no sabe es que ya poseo conocimiento para atinar en lo que tengo que hacer con lo que me enseñen en tan impúdicos actos. 

(Odio la jauría humana. Comprendo a su madre y me uno a su dolor y, si hace falta, hasta a sus rezos. Pero yo no ataco a una persona, sino a una actitud que, no me cabe duda, ha sido forjada desde la más tierna infancia, como en tantos y tantas. La chulería, el machismo, el “porque yo lo valgo” y el “porque me sale de los cojones”. La falta de respeto. El abuso de poder.)

(28 de agosto de 2023)

No hay comentarios:

Publicar un comentario