Homenaje fraterno
Fértil y tan fecunda, feraz
habitante del campo,
ciudadana de las piedras
y de los albañales,
eriges tu hogar
alejada del mundanal ruido,
casi ni se te oye.
Amante de los pétalos de las rosas,
de las hojas de los laureles,
de las infusiones y de las legumbres
más leves, más pequeñas,
sabia despensera, añades
arroz a las lentejas
para obtener compuesto alimenticio
con perfecta proteína.
Organizas tu piso primorosamente
tal como ornas tu cuerpo
con perlas de azabache
y los más hermosos tejidos:
seda para la gran cola de tu vestido
y la mejor pelambre que te abrigue.
Tan parecida a mí que todos
nos confundirían
como si géminas fuéramos.
Mas he de desviarte
de tu otro trayecto, el destructor,
y permitir, aunque solo fuera,
que mi vacío se construyera.
Disponer,
por más que el corazón se me rompa,
por más que me hiera,
por más duelos y lutos
que luego vista, tu muerte.
Acudo a las otras hermanas
que me ofrecen el remedio
más eficaz y menos doloroso.
Sólo sentirás sed
para al final fallecer
ahogada en tu (nuestra)
propia sangre:
Las adelfas me acompañan
en el decisivo acto,
o sea,
me consuelan,
o sea,
me regalan suelo y flores
donde lograr integrarme.
Mi alacena ya no se vacía.
Te echo de menos,
tú, mi gemela, ya sabes
lo mal que aquello llevo.
Por eso erijo tu cenotafio
no sé si a ti o a tu muerte.
En cualquier caso,
sé bien que no puedo matar
a una hermana sin llorar.
Tampoco vivir con quien me destroza
lo que, con tanto amor y curaje,
yo misma he construido.
(12/julio/2024)
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